Miss Mundo ya no es de este mundo

29/11/2010

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Publicado: 29 noviembre 2010 en Daniel Titinger


Miss Mundo no puede ser normal. Es una palabra demasiado terrenal para alguien que ha sido elegida con tres mil millones de votos, como si todos los habitantes del Perú se hubiesen puesto de acuerdo para marcar cada uno su nombre unas ciento veinte veces en una computadora. Esa cifra es mucha gente, y ella, Miss Mundo, es una sola. De súbito la eligen la más bella del planeta, y todo su pasado debe leerse a imagen y semejanza de ese nuevo privilegio: nunca más volverá a ser la misma, ni siquiera en su ordinaria historia de cuando no era Miss Mundo. Ahora merece su propia ficción, porque la belleza debe ser así: irreal, inalcanzable, casi divina. Una diosa necesita de su mitología, y Trujillo, la Ciudad de la Eterna Primavera, departamento de La Libertad, República del Perú, ha creado la suya para ella: María Julia Mantilla, Maju, como la llaman desde niña, vivió en la urbanización Vista Hermosa. Eso sí es verdad. Miss Mundo 2004 vivió en Vista Hermosa. Y lo que más recuerdan los vecinos de allí fue cuando se le apareció el ángel Gabriel, un 24 de diciembre del 2002, después de las nueve de la noche.


Era martes, no hacía tanto calor como en días pasados. «A Maju le irradiaba luz del cuerpo», dice una de sus vecinas. Maju había sido elegida por el párroco de la iglesia frente a su casa para ser la Virgen María en el Nacimiento escenificado de ese año. «Tenía un rostro de pureza, angelical», asegura la hermana mayor de una de sus amigas. «Nunca habíamos visto a una Virgen tan bella», recuerda una testigo que aquella noche se sentó en la segunda fila de la iglesia de la Santísima Trinidad. «Hasta parecía un ángel», dice la dueña de una tienda de dulces de Vista Hermosa. Son los efectos especiales de la memoria, las consecuencias de un reinado mundial en los habitantes de un barrio de provincia, sin dramas, con un parque, una iglesia, una tienda de dulces, y la numeración de algunas casas escrita con tiza.


Por ejemplo, el F-27 de la familia Mantilla, una casa de dos pisos, en cuya ventana del segundo se ve una cortina entreabierta. Por allí se asoma Elia Mantilla, la hermana mayor de Maju, cuando alguien llama a la puerta. Se diría que son idénticas hasta que se acerca demasiado. No es alta, sino alargada, de ojos verdes que te miran a los ojos así ella no te mire. Lleva una sonrisa sin esfuerzo, de una naturalidad tan desconcertante que a veces quisieras mirar a otro lado.


—Mi vida también ha cambiado –se divierte esta hermana mayor.


Desde que Maju ganó el Miss Mundo 2004, Elia Mantilla es una estudiante de Agronomía que opina sobre belleza por lo menos una vez a la semana. Belleza: propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Ni en su primera acepción el Diccionario de la Real Academia puede definir la belleza sin hacer un amague de ternura. La belleza sería, antes que nada, un asunto interior, y una mujer bella, un objeto de contemplación. Miss Mundo es la proyección de millones de maxilares entreabiertos. Nadie puede permanecer inmune a la belleza. La hermanita mayor se le parece, pero mientras el mundo recuerde a Maju, Elia Mantilla tendrá la mala fortuna de parecer sólo un ensayo. Sentada en un mueble rojo, en la planta baja de la casa de Miss Mundo, rodeada de fotografías de Miss Mundo cuando era simplemente Maju disfrazada de cholita, de bailarina de danzas típicas, Maju sonriendo, Maju con papá y mamá, linda, angelical, Elia Mantilla no se incomoda.


—Lo importante es que en mí reconocen a Maju, y eso me gusta.


Reconocer: si Maju se hubiese paseado por cualquier calle de Trujillo un día antes de ser coronada la más bella del mundo, sólo unos cuantos la hubiesen reconocido. Aún no eran tiempos de cuentos de hadas. En su ciudad, María Julia Mantilla sólo era famosa entre los que votaron por ella vía Internet. Su dentista dice que votó dos veces. Su hermana, cincuenta. Su profesora de francés del colegio, veinte. El jefe de imagen de la universidad donde ella estudió Idiomas votó sólo una vez, lo mismo que la diseñadora del vestido turquesa con el que desfiló la noche de su coronación en China. En Lima, casi ni se sabía de su existencia. En Trujillo, muy pocos confiaban en Maju. El día que partió al Miss Mundo sólo fueron a despedirla al aeropuerto sus padres, su hermana y sus abuelos.


—Nadie confiaba en ella –confiesa Olmedo Mantilla, su padre, que luego se avergüenza–: ni siquiera yo.


La noche del concurso era de día en Trujillo, y Olmedo Mantilla prefirió no ir a casa de un vecino para poder ver el Miss Mundo en una TV con cable. Pero un mes después, cuando María Julia Mantilla regresó a su ciudad con la corona de Miss Mundo en la cabeza y un traje celeste y ojos verdes y una sonrisa sin esfuerzo, miles salieron a las calles sólo para poder contar después que la habían visto. Algunos llevaban camisetas recién impresas que decían: «Te queremos, Maju». Otros sólo gritaban su nombre. Maju, Maju, Maju. Su pasado tenía que ser escrito de nuevo. Un taxista recuerda que Maju subió a su auto. Un vendedor de dulces de la Plaza Mayor de Trujillo jura que Maju le compró unos caramelos de limón. Maju vino a comer a mi restaurante vestida de rojo. Maju jugó básquet conmigo. Maju iba a ser mi pareja en la fiesta de promoción, pero al final no pudo ir. Maju venía siempre a mi tienda sólo para comprar galletas de vainilla. Maju me saludó por mi cumpleaños aquí, en este lado de la mejilla, cerca a mi boca, ¿ves? Maju estudió en la universidad con una prima mía. Maju bailó conmigo en una fiesta y no tenía maquillaje, imagínate, nunca usaba maquillaje. Maju estuvo parada allí, donde tú estás parado ahora. Todos la habían visto por lo menos una vez. Ella regresó a Trujillo y paseó por su ciudad saludando desde una limosina blanca, tan brillante que uno podía verse reflejado en el capó. En el capó de la limosina de Miss Mundo. Maju, Maju, Maju. Todos la adoraban. Ella lloraba. Se frotaba los ojos con los dedos. Moretones de rímel. La azucarada comprobación de que Miss Mundo siempre llora: nunca puede disimular la alegría de no ser tan humana como tú.


***


Houston, marzo, 2005. Miss Mundo es la invitada especial de Unicef a una cena en beneficio de los niños afectados por el tsunami del sudeste asiático. Miss Mundo se pasea por las mesas mientras saluda y sonríe a los millonarios de Texas. Cada gesto de su boca es ahora una ecuación al servicio de la comunidad: cuanto más sonríe Miss Mundo, más dinero se recauda. Si Miss Mundo se acerca a tu mesa, es porque has pagado más que el resto para verla sonreír a treinta centímetros de distancia. Miss Mundo es la imagen de todas las virtudes, es bella y consigue más dinero que un presidente en campaña. Nadie puede permanecer indiferente cuando sabe que está frente a ella. ¿Puede cambiar tanto la gente cuando está frente a la imagen de la belleza mundial? Admirar a Miss Mundo es pretender, por un instante, un mundo como ella. En un escenario empiezan a desfilar modelos espigadísimas, diseños de Roberto Cavalli, Dolce & Gabbana, Emanuel Ungaro y Vera Wang. Cuando termina el desfile, Miss Mundo sube a la pasarela junto a unos niños vestidos con trajes regionales de diversos países. La presencia de Miss Mundo asegura mucho dinero. Es la belleza al servicio de los pobres, de los indefensos, de los discapacitados del planeta. Después partirá a Rusia para visitar orfanatos y recaudar treinta y cinco mil dólares. Dos días antes de la cena en Houston, Miss Mundo había pasado por Iowa y obtenido fondos para The Children’s Charity of Iowa. En un hospital de niños lisiados, la reina cantó canciones del Rey León. Se recaudaron casi cinco millones de dólares.


***


Sanya era la ciudad de China donde iba a coronarse a Miss Mundo 2004. Hasta allí Maju Mantilla había viajado muy sola. Había aprendido a peinarse sola, y sola también a saludar en mandarín: «Wo ai ni, Sanya» (Te amo, Sanya), con esa voz nasal que siempre ha tenido, de una lentitud chocante, inocente, como si estuviese hablando un juguete de felpa. Maju había aparecido en un escenario circular con un vestido turquesa refulgente, de pedrería y cristales, en medio de otras ciento seis candidatas, la mayoría más altas que ella y con vestidos más ostentosos que el suyo. Un día antes, en la entrevista personal a todas las misses, Maju no había podido responder a algo tan sencillo como contar un episodio gracioso de su vida. En su lugar, recuerda haber contado que leía el catecismo a niños de Trujillo, y luego subido a su habitación del hotel a llorar. El dato del llanto no parece gratuito: si pretendes ser Miss Mundo, debes tener la lágrima fácil. O por lo menos aparentarlo. En la demostración de talentos, Maju bailó marinera, y los organizadores le dijeron que eso era un baile típico y no tanto un talento. En la prueba deportiva, en la que tenía que demostrar por qué había sido elegida «mejor atleta nacional» en 1999, y haber viajado por el Perú ganando más de treinta medallas de oro y plata en atletismo, Maju tampoco quedó primera: Miss Trinidad y Tobago la dejó atrás en el primer test de velocidad. Sí, las reinas de belleza también compiten detrás de cámaras. La organización se encarga de expandir el rumor de que Miss Mundo no sólo es una cara bonita. En natación, a Maju le fue tan mal que su estilo libre fue una improvisación desesperada de sus brazos por no hundirse en una piscina que era seis centímetros más alta que ella.


Pero no eran esas derrotas lo que más le dolía. Miss España, su compañera de habitación en China, había viajado con su madre y su hermano. Y Miss Rusia, con un séquito de quince personas, entre maquilladores y estilistas. Había candidatas a quienes las acompañaban managers, agentes, jefes de prensa, familiares. Pero Maju estaba sola, saludando en mandarín, sola y su alma, porque nadie confiaba en ella, o porque Ernesto Paz, el gerente de la organización Reinas del Perú, no tenía dinero para dos boletos de avión. O tal vez porque la madre de Paz estaba con neumonía, como diría luego en televisión, y por eso no viajó. «Nunca dejé que me vean triste», dijo la nueva Miss Mundo, por si alguien no se hubiese dado cuenta. «Siempre fue una niña insegura, muy tierna y dulce», recuerda ahora Cecilia Vázquez, diseñadora de modas en Trujillo, quien aún parece enojada porque años atrás no la dejaron vestir a Maju para un concurso menor de belleza. ¿Pero cómo era posible que Ernesto Paz hubiese dejado tan sola a Maju? Se lo preguntaron en voz alta cuando todo el mundo ya la quería. Incluso él. Fue un 4 de diciembre del 2004, antes de las 11 de la mañana de un día ordinario en Trujillo. Habían coronado a Miss Perú Mundo 2004, María Julia Mantilla, como la más bella del planeta.


Las cámaras de televisión la enfocaron llevándose las manos a los ojos, en ese instante del ritual de toda nueva reina de belleza: el llanto; un estado de conmoción light, mezcla de grito contenido, risa e incredulidad, siempre con un tenue temblor en la barbilla y derrames de rimel en la cara. Maju saltaba a un nuevo estatus de belleza mientras le colocaban una corona de topacios azules, turquesas y cristales. Ahora Miss Mundo podía llorar sin aspavientos: era el retrato de la bondad, y la bondad suele ser para llorarse. En cambio, una Miss Universo tiene que mantener su mirada de femme fatale. Maju era la nueva Miss Mundo y viajaría por el planeta recaudando fondos para los más pobres. Miss Universo 2004 es una rubia de Australia que quiere ser modelo. La nueva Maju dice en sus primeras entrevistas que quiere estudiar turismo en Europa para luego volver a ayudar a su país. Las cuentas claras: Miss Mundo gana cien mil dólares al año por reinado, pero no se sabe cuánto gana Miss Universo. A ésta la ven seiscientos millones de televidentes, y a Miss Mundo la ven doscientos millones más. La franquicia de Miss Universo es propiedad del estadounidense Donald Trump, dueño de los edificios más estrambóticos de Nueva York y de una fortuna que según la revista Forbes se acercaría a los dos mil millones de dólares. Él escribió el libro de autoayuda Cómo hacerse rico. La dueña de Miss Mundo es la inglesa Julia Morley, conocida por cuidar que sus reinas tengan chaperona y haber recaudado hasta el 2003 más de doscientos cincuenta millones de dólares para los niños pobres del planeta. Ella creó la organización benéfica «Belleza con un propósito». La reina universal tiene el deber de ser más sofisticada. La mundial es más popular. Miss Mundo y Miss Universo son bellezas y concursos opuestos. Una es elegida para conmover. La otra, para envidiar.


No había sido la primera coronación en la familia de Maju. Las mujeres Mantilla son toda una monarquía casera, y cada una de ellas una sucesora. Cuatro hermanas de su padre habían sido antes reinas del departamento de La Libertad. En 1953, Lydia Mantilla. Cinco años después, Martha Mantilla. Once años más tarde, María Julia Mantilla. Diez años después, María del Pilar Mantilla. Qué bonita familia. Pero entre todas sus tías reinas, la que la marcó más fue su homónima, María Julia Mantilla, aquella Miss La Libertad que fue también Miss Perú 1969, y semifinalista en Miss Universo de ese año. Cuando Maju ganó en China, todos en Trujillo recordarían a su tía del mismo nombre. Aunque antes, en el colegio, la homonimia la ponía nerviosa: «Vas a ser como tu tía Maju», le decían, pero entonces ella quería ser atleta y no bonita. La tía prefiere no dar entrevistas, y da un par de razones. 1) Su sobrina es Miss Mundo, y ella no. 2) Ella está resfriada. ¿A quién se le ocurriría visitar a una ex Miss Perú con catarro? Sin embargo, al día siguiente de que su sobrina ganara en China, bajo presión mediática, la tía María Julia Mantilla dijo con la elocuencia de una ex reina de belleza que su sobrina había brindado lo mejor de sí. Era imposible quedarse callada: la nueva reina de la familia había ganado con tres mil millones de votos vía Internet. Fue el primer Miss Mundo de la historia en el que se eligió a la reina en el ciberespacio. Brasil, Chile, España, Perú, Japón y China habrían sido los países que más votos le dieron a la belleza del Perú. En realidad, no existen datos oficiales sobre cuáles son los países que más aman a Miss Mundo 2004. En la vida y milagros de María Julia Mantilla existiría más de un asunto que se quiere guardar en secreto.


***


Indonesia, abril, 2005. Miss Mundo está al lado de Jackie Chan, esa estrella mundial del cine capaz de hacerte reír a patadas con un acrobático y gracioso kung fu. Han llegado hasta Banda Aceh, la región indonesa que más sufrió con el tsunami, cuatro meses atrás. Jackie Chan tiene una camiseta naranja de manga larga, y suda. Miss Mundo parece inmune al sudor. No tiene siquiera que hablar. Sólo pararse a un costado y sonreír. Jackie Chan dona una camisa. Miss Mundo, un sistema de filtración de agua. De algún modo, Banda Aceh regresará a los periódicos del planeta, o habrá gente que por primera vez escuchará el nombre de Banda Aceh, gracias a Miss Mundo y al rey de las patadas. En Lima, dos días antes de su cita con Jackie Chan, la organización Reinas del Perú, al mando de Ernesto Paz, había separado un teatro al aire libre en el Parque de la Exposición del centro histórico de esta ciudad. Entrarían cuatro mil quinientas personas para verla coronar a la siguiente Miss Perú Mundo, al haberse acabado su tiempo de reinado nacional. Miss Mundo seguiría siendo ella, pero en el Perú ya debía entregar la posta. Los periódicos y revistas anunciaban el nuevo certamen con fotografías de Miss Mundo, a toda página, como queriendo gritar que la próxima reina no sólo sería la nueva Miss Perú, sino la siguiente María Julia Mantilla. «No va a poder venir porque se le cruza con otra actividad en Indonesia», había advertido su hermana semanas atrás. Los organizadores no pudieron callarlo. Miss Mundo estaría en Banda Aceh con Jackie Chan, «pero está con nosotros en el pensamiento», tuvo que improvisar el presentador la noche del concurso en Lima. Entregaron la nueva corona de Miss Perú Mundo en un auditorio casi vacío, que por ratos se dedicó a distinguir en cada candidata los defectos que Miss Mundo no tiene.


***


Miss Mundo 2004 no admite la arrogancia de su escote. No lo dice. Sería como una invitación a mirar la abertura de su blusa rosada, la entrometida desnudez debajo de su cuello. Miss Mundo es delicada y simétrica, como un jarrón de porcelana fina. Debe guardar la compostura, y cualquiera frente a ella debe guardar la compostura, o lo que es lo mismo: mirarla sólo a la cara. Igual Maju sonríe, pero es imposible no darse cuenta de que su mano izquierda está tratando de inventar, en el aire, un nuevo botón para su blusa. Ahora está sentada en una sala de muebles marrones, mesas de madera oscura y cuadros negros, como si todo hubiese sido colocado a propósito para encender aun más la blusa rosada de la reina, el pantalón rosado, los enormes tacos blancos que hacen que cualquiera se vea como una miniatura al lado de Miss Mundo. Es de noche, y la sala queda en un décimo piso. Afuera se ven árboles como si fueran sólo sombras y unas canchas de tenis. San Isidro es un distrito con edificios, árboles y canchas de tenis. Maju está de visita en Lima, y Ernesto Paz le ha prestado su departamento. Tal vez sea cierto que Paz no viajó a China porque su mamá estaba con neumonía. Ahora son muy amigos. Y Maju sonríe. Su mano izquierda viaja de vuelta hacia su escote.


—Estoy muy feliz con todos mis viajes –dice Miss Mundo con su voz de juguete.


Luego sonríe con suma ternura, como si hubiese estudiado cuál es el desenlace perfecto de esa voz. El sonido no hace juego con su escote.


—Mi mamá siempre me enseñó a hacer obras de caridad desde pequeñita –cuenta Miss Mundo, y hace el gesto de pequeñita con los dedos.


Dice que estuvo en Perm, unos mil quinientos kilómetros al este de Moscú. Así de lejos, sonríe. Allí visitó un hospital para niños y luego, en una cena de gala, se recaudó un millón de rublos para los pobres gracias a que Miss Mundo estuvo allí para sonreír.


—No sé cuánto es un millón de rublos –sonríe–. Debe ser bastante.


Dentro de algunos minutos dirá que ya regresa, que tiene que cambiarse, que todavía no se despide.


A veces, cuando le haces una pregunta impertinente a Maju, por ejemplo, ¿qué recuerdos tienes del instituto Leonardo Da Vinci?, ella mira a Ernesto Paz y él le hace una seña con los ojos, como diciendo, contesta, no hay problema. Contesta y sonríe. Y Maju es obediente y buena, «y si fuera hombre sería el Papa», cree Fernando Mansen Lou, el primer hombre que vio en ella una candidata a certamen de belleza. «Era tan natural como un gato». Antes de Mansen, todo había sido un juego. En junio del 2002 Maju aceptó posar en una prueba fotográfica para ser modelo y anfitriona del instituto de computación Leonardo Da Vinci. Hacía dos meses que se había torcido la rodilla jugando básquet en su universidad. «Estaba encestando, y sentí que se me aflojó la rodilla. Cuando caí, mi pierna resbaló en el suelo». Tenían que hacerle una prueba médica, una resonancia magnética que hasta ahora no se ha hecho. Ya no podía ser campeona olímpica de atletismo, un golpe que pudo haber sido traumático. Maju sabía de sus limitaciones. Era toda una promesa en salto largo y en velocidad, pero perdía de vez en cuando. Si algo la había motivado toda su vida, no era llegar a las olimpiadas, como dicen sus biógrafos de cabecera, sino ganar. Un verbo tan simple. Ganar. Quizá por eso le parecía demasiado arriesgado llamarse como su tía reina. Tenía miedo de no ganar como ella. Una de sus mejores amigas de Trujillo, Paola Chávez, recuerda que cuando Maju entrenaba en la pista atlética del estadio Mansiche y no superaba sus propias marcas, se ponía a llorar de impotencia. Ella sí puede decirlo porque es una de sus mejores amigas, y en la historia reinventada de Maju Mantilla sólo los mejores amigos y la familia se acercan a la verdad. Elia Mantilla recuerda que su hermana era tan competitiva que cada Año Nuevo escribía en una pizarra blanca todo lo que ganaría en los siguientes trescientos sesenta y cinco días. Si no escribió ganar en una prueba fotográfica para un instituto de computación fue sólo porque esa decisión la tomó de improviso. Maju se torció la rodilla y cambió sus planes para ganar en otra parte.


El instituto de computación Leonardo Da Vinci es el más conocido de Trujillo. Tal vez porque su director, el Dr. Escudero, un médico cirujano con maestría en Administración y Negocios, ha sabido escoger a las alumnas que aparecen en sus afiches, folletos y eventos. El mensaje de su publicidad podría ser: «Aquí no hay feas: estudia computación en el Da Vinci». Cada ciclo se inscriben allí unos dos mil quinientos alumnos, casi el doble que en el instituto de la competencia. Maju necesitaba ganar, y el Dr. Escudero la necesitaba a ella.


—Queríamos un rostro de niña con cuerpo de mujer –dice años después Escudero, sentado en su oficina del instituto Da Vinci, peinado con gel, reloj de oro en la muñeca, corbata de marca en el cuello.


Afuera, la avenida España, la más transitada de Trujillo, se ahoga con el calor del mediodía, y es indiscreta con su bulla de bocinazos y gritos: cuando alguien traspasa las puertas del Da Vinci, no entra sino escapa. Ahora el Dr. Escudero está rodeado por mujeres en minifaldas moradas, el color del instituto, que sonríen a los visitantes y saludan con un beso a los alumnos. Minifaldas moradas en el primer piso, en el corredor, en la administración, e incluso en la oficina del director. Allí hay un estante repleto de libros de historia y economía. Destaca uno: Diferenciarse o morir. Cuando Escudero vio por primera vez a Maju Mantilla, una estudiante de computación y sistemas con ojos verdes, cabello castaño y muslos anchos, se le ocurrió que esa belleza de folleto podía ser perfecta para representar a un instituto de computación con nombre de artista del Renacimiento.


—Quería que se identificara el rostro de Maju con el Da Vinci –dice él.


No había creado nada nuevo. Era sólo la belleza al servicio de la publicidad. No se recuerda a Maju: se le inventa. No se habla de ella: se le usa. Entonces la alumna Mantilla pasó la prueba fotográfica y empezó a vestirse de morado Da Vinci en lugares como una conferencia en la Cámara de Comercio o un partido de fútbol en alguna universidad. Debía ser anfitriona. Por suerte, no tenía que hablar. Sólo pararse a un costado y sonreír. Le iban a pagar unos treinta dólares por hacerlo cada vez.


No necesitaron convencerla para que luego aceptara concursar en Miss Leonardo Da Vinci. «Al comienzo no quería, te lo juro», dice Maju en la sala de Ernesto Paz, con ese juro tan suyo, porque Miss Mundo sí puede jurar en vano. Dos años antes había sido reina de su colegio, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Eran esos tiempos en que Maju vestía buzos anchos y zapatillas blancas, y hacía todo lo posible para pasar tan desapercibida como una sombra de ojos verdes. «No era preciosa, sino muy buena, y podía convencerte de cualquier cosa», recuerda Jorge Lamas, uno de sus mejores amigos de la promoción del colegio. A él, por ejemplo, que odiaba bailar, Maju lo convenció para que lo hiciera en una actuación escolar, una coreografía con fondo musical de Gloria Estefan. Según Jorge Lamas, gracias a Maju terminó él dedicándose a la danza profesional durante dos años. Es la mitología Miss Mundo: Maju, toda bondad, siendo capaz de convencerte de cualquier cosa. Terminó como Señorita Perpetuo Socorro porque ella era la imagen que el colegio necesitaba: deporte y bondad en un solo cuerpo. Su belleza no era de calendario, sino de postal de Navidad. Se le veía linda como se podría ver a un oso de peluche. Le dieron una corona de fantasía y unos sesenta dólares. «Ese día parecía un ángel», recuerda su profesora de francés, madame Bejarano. «Irradiaba una sencillez que nos dejaba a todos con la boca cerrada», dice la directora del Perpetuo Socorro, Julia Geldres. ¿Acaso Maju nunca tuvo enamorados? ¿Acaso nunca enfadó a sus padres? ¿Acaso nunca fue capaz de insultar a una profesora? No. Maju es Miss Mundo. Miss Mundo es incapaz de hacer algo así.


Ella ganó el Miss Da Vinci sin esfuerzo, una corona que hubiese sido olvidada con facilidad si no fuera por un cuidadoso error del Dr. Escudero. Cuando Maju ganó en China, el Perú celebró el retorno de su reina a Lima. Miss Mundo 2004 llegó en una limosina hasta el Congreso de la República. El presidente del Parlamento le entregó una medalla. Miss Mundo visitó la Municipalidad de Lima. El alcalde de la ciudad la condecoró con la Orden al Mérito en el grado de Gran Oficial. Miss Mundo visitó Palacio de Gobierno. El presidente Alejandro Toledo la nombró Embajadora de la Buena Voluntad y dijo que estaba muy contento de que los peruanos triunfaran fuera del país. Sofía Mulanovich es una surfista del Perú que acababa de quedar primera en el ránking mundial de tabla hawaiana. Meses atrás, un club de fútbol del Cuzco, Cienciano, había ganado al Boca Juniors la Recopa Sudamericana. Cienciano, Sofía Mulanovich, María Julia Mantilla. Deporte y bondad en un solo país. No podía ser real tanta felicidad. Parecía demasiado premio para un pueblo acostumbrado a las derrotas, capaz de celebrar un primer lugar en un campeonato de canicas.


Maju merecía una historia aparte. Miss Mundo era el nuevo tesoro nacional. Regresó Maju y hasta el presidente del Perú quiso celebrar. ¿Por qué el Dr. Escudero no podía hacerlo allá en Trujillo? Antes de que Maju viajara a su ciudad con el nuevo estatus de topacios sobre su cabeza, el Dr. Escudero mandó a colgar una banderola de unos seis metros de largo en la fachada de su instituto de computación: «Felicitaciones María Julia Mantilla. Miss Da Vinci 2002 / Miss Mundo 2004». Eso decía. Pero en esa simple celebración pública había un detalle que luego fue difícil de borrar. En cada esquina de la banderola aparecía una fotografía de su ex alumna más famosa. Ambas eran Maju, pero no tenían la misma cara. Entre una y otra foto había dos años de diferencia. Gimnasios. Dietas. Un par de cirugías plásticas. La gente que pasaba por allí no miraba a Miss Mundo, sino que descubría por primera vez a Miss Leonardo Da Vinci, sentada e inmóvil, con los hombros caídos, la sonrisa timorata, apretada en un vestido morado Da Vinci. Se puede decir en su defensa que ésa no era la mejor pose de Maju. ¿Además cómo se puede retratar la bondad en una fotografía? Se trataba sólo de un instante infeliz para una muchacha que iba a acabar coleccionando cinco reinados de belleza en su vida. Pero era suficiente desnudez para los transeúntes. ¿Cómo había llegado esa chiquilla a ser la más bella del mundo?


***


Lima, mayo, 2005. Miss Mundo camina por un largo pasadizo del Hospital Nacional Edgardo Rebagliati. Junto a Miss Mundo camina Fiorella Castellano, Miss Perú Mundo 2005, su sucesora, «más alta pero menos bonita», según un camarógrafo de TV que las está filmando en este instante. Es fácil percibir la llegada de Miss Mundo: sus tacos contra las mayólicas grises suenan como un desfile de caballos de paso. Es el quinto piso del hospital, el servicio de obstetricia, un lugar repleto de mujeres en bata que cargan a recién nacidos. Alguien les avisó de que llegaría Miss Mundo y todas han salido de sus habitaciones. Miss Mundo avanza por el pasadizo del quinto piso y se detiene en algunas puertas para cargar a un bebé, para besar a un bebé, para tocar a un bebé. Fiorella Castellano hace lo mismo, pero se le nota forzada, como si estuviese copiando los movimientos de Miss Mundo, que ahora mismo levanta una mano saludando a cualquier parte, y elige, porque quiere y puede, entrar en la habitación 527. El niño que Miss Mundo ha escogido al azar se llama Orlando André. «A partir de ahora, mi hijo sólo tendrá suerte en la vida», asegura la mamá. ¿Qué cambia a la gente cuando está frente a una belleza? ¿Desde cuándo? Bebés de dos días han quedado hipnotizados mirando fotografías de gente bella. Lo dicen científicos ingleses, quienes hicieron el experimento en el 2004. Una cara linda, un bebé feliz. Es decir, podemos reconocer una belleza desde que nacemos. Miss Mundo sonríe. La mamá de Orlando André sonríe. Fiorella Castellano sonríe, pero se le nota forzada. Cualquier comparación es absurda. Sólo Miss Mundo es capaz de tocar a un bebé y darle buena suerte para toda la vida.


***


Hay gente mala: lo dice Miss Mundo y, contra lo que se cree, la sentencia se vuelve menos obvia.


—Hay gente que quiere sacar provecho conmigo –dice ella.


Pregunta inevitable: ¿Te refieres al Dr. César Morillas? Maju mira a Ernesto Paz, y en el departamento de San Isidro se escucha un silencio incómodo. El Dr. Morillas fue autor de la frase: «Maju Mantilla es la mayor satisfacción de la cirugía plástica peruana». Él la operó antes del Miss Perú 2004 y luego del Miss Mundo se encargó de divulgarlo. Se convirtió en el lobo malo del cuento de Maju. Hace algunos minutos, Miss Mundo estuvo tomándose fotografías para un periódico de Trujillo. Maju, mira aquí. Maju, ahora sentada. Maju, por favor, la última, parada aquí. Maju, disculpa, una conmigo. Miss Mundo no tiene idea de cuántas fotos le toman cada día, pero no le molesta, es parte de la rutina. Levantarse, maquillarse, visitar hospitales, sonreír, besar niños, sonreír, llorar, visitar orfanatos, posar para fotografías, dar autógrafos, sonreír, visitar asilos, ir a cenas para recaudar dinero, entregárselo a los pobres, sonreír. ¿En qué parte de su agenda dice que Miss Mundo tiene que responder preguntas sobre el Dr. Morillas? No está molesta por la pregunta, pero sus ojos verdes han retrocedido algunos meses hasta un recuerdo que le ha disipado la boca. Luego dice, casi como pensando en voz alta:


—¿Por qué recién cuando fui Miss Mundo la gente se puso a hablar de mí?


Y sonríe. No está bien que Miss Mundo dé muestras de resentimiento. Miss Mundo debe recibir un golpe y entregar la otra mejilla. Miss Mundo tiene la apariencia del perdón.


No hay nada de qué avergonzarse. Para una reina de belleza de estos tiempos, la cirugía plástica es sólo un maquillaje más caro. Un eufemismo de este gremio plástico ha minimizado los atentados contra el propio cuerpo llamándolos «retoques», una palabra más cercana a una pincelada cosmética que al cuchillazo de un cirujano malévolo. Fernando Mansen Lou es dueño de un chifa, pero en abril del 2003 descubrió la belleza natural de Maju en plena calle, «caminando por el parque como en una pasarela». Él, aficionado a los concursos de belleza, llevó su nuevo hallazgo al Miss Universidad Nacional de Trujillo (UNT), donde Maju ganó su tercera corona consecutiva. Los reflectores de Lima por fin la iluminaron: la chica no estaba mal, aunque todos sus triunfos hubieran sido hasta aquel entonces en competencias menores. El Perpetuo Socorro, el Leonardo Da Vinci, el Miss UNT: concursos de juguete que Maju igual hubiese ganado despeinada, de mal humor y haciendo muecas.


Recién ahora empezaba el mundo real. En el mundo real de la belleza, una nariz más ancha que otra es la diferencia entre ser coronada reina o competir por el premio consuelo de Miss Simpatía. La diseñadora de modas que no pudo vestir a Maju, Cecilia Vázquez, sigue enojada: «Siempre fue bonita –dice–, pero no daba para tanto. No tenía busto, por ejemplo, tampoco buen derrier». Si Maju quería concursar en el Miss Perú 2004, tenía que hacerse algunos retoques. Para que no quedaran dudas, los organizadores se lo demostraron sin anestesia: recién coronada Miss UNT, la enviaron a la ciudad de Ibarra, en Ecuador, a competir en su primer certamen internacional. Faltaba un año para Miss Mundo, y en Ibarra Maju no quedó ni entre las cinco primeras. Sólo compitieron dieciséis. Era el mundo real de la belleza.


La mitología existe hasta que alguien levanta la alfombra: cuando todos hablan bien de ti, un periodista a veces hace el papel de aguafiestas. Buscar las espinas de la corona no es políticamente correcto, pero tampoco difícil. Maju volvió de Ecuador y le dijeron que tenía que operarse. Ella no quería, pero Maju sin operarse era como un tenor resfriado. Tal vez pensó que ya había llegado demasiado lejos. Le gustaba competir, pero una cirugía plástica, para alguien tan disciplinada como ella, debía sonar como una dosis de efedrina para un corredor de maratones. Ecuador le había enseñado a perder, y Maju Mantilla no estaba hecha para el fracaso. Ella es cáncer, del 10 de julio: intuitiva, muy sentimental, pero también racional para tomar decisiones. Ganar o no ganar, de eso se trataba. Si ya tenía el rostro de la bondad, por qué no elevarlo a la máxima potencia.


Entonces se dejó llevar, como una muñequita.


Las paredes de la academia de Marina Mora están pintadas de beige y vestidas con fotografías de ella misma: ojos enormes, seriedad aprendida, pelo suelto que desciende en cascada sobre un punto medio entre el escote y sus hombros. Marina Mora conoció a Maju y desde ese día quiso ayudarla. Ambas son de La Libertad, de donde se dice son las mujeres más bellas del Perú. Marina Mora, Miss Perú 2002 y segunda finalista en el Miss Mundo de ese año, apareció en el momento de las decisiones. Fue jurado de Miss UNT y allí vio a Maju por primera vez.


—Pensé que Maju podía ser Miss Mundo desde que la vi –profetiza Mora con años de atraso, mientras se maquilla en una oficina de su academia de modelos y misses.


Son casi las seis de la tarde, e incluso salir de su oficina requiere algo de maquillaje. Una ex reina de belleza es casi una pieza de museo: su trabajo es la condena de lucir preciosa para siempre. ¿Qué es la belleza para ti? Marina Mora deja de maquillarse la cara, piensa unos segundos y responde que la belleza es el complemento del espíritu y del cuerpo. Su academia se ha especializado en lo primero. Maju podía ser Miss Perú y para ello recibió cursos de oratoria, dicción, maquillaje y pasarela. Leyó libros de Paulo Coelho, simuló entrevistas de radio y aprendió a responder a favor de la paz mundial («la respuesta sigue siendo buena», Marina Mora dixit). Lo segundo fue el arte del Dr. Morillas, quien, coincidencia o destino, también nació en La Libertad. Maju ya no estaba dispuesta a perder por una nariz. Es la mitología Miss Mundo: querer es poder. El Dr. Morillas dice que su arte no consiste en cambiar por completo a una persona, sino sólo en perfeccionar sus rasgos. Es decir, el quirófano sólo se encargaría de exagerar su bondad. Nada malo, mientras no sea evidente, primera regla de la cirugía estética. Maju siempre ha creído que «la belleza es relativa». La opinión del cirujano sólo aumenta el concepto en dos palabras: es relativa al quirófano.


Isa Torres es la diseñadora del vestido turquesa refulgente con el que Maju ganó el Miss Mundo. Recuerda que Maju tuvo que mudarse a Lima y vivir más de una semana en la Clínica Morillas, un lugar tan inmenso que tiene hasta una cancha de fútbol. ¿Por qué se dejó llevar? ¿Si era tan buena y angelical, acaso no podía seguir siéndolo sin una corona? Hay preguntas que no pueden responderse: el pasado de Maju a veces es tan incierto como la historia no contada de una novela. «Donde Morillas Maju se sentía sola y tenía miedo», recuerda Fernando Mansen Lou. La mayoría de sus amigos le perdió el rastro. La clínica Morillas se había convertido en su escondite. No quería que la vieran. No quería un antes y después, como si fuese protagonista de una publicidad de detergentes. «Hola, cómo estás, yo maso [más o menos], no quiero participar en Miss Perú», escribió Maju al teléfono celular de un amigo. Él no ha querido borrar el mensaje porque ahora son las palabras de una Miss Mundo.


María Julia Mantilla no quería que la tocaran, pero acabó por entrar al quirófano en los primeros días de febrero del 2004, dos meses antes de concursar en el Miss Perú: le empinaron la nariz, le aumentaron el busto, estuvo semanas tratándose la piel y sudó todos los días en un gimnasio. Fue como llegar con un Mercedes Benz y salir con un Ferrari último modelo.


—Maju fue muy fuerte para poder soportar esos días –hace memoria Isa Torres, sentada en una oficina repleta de retazos de tela y fotografías de Miss Mundo.


Mostrar esas fotos en su oficina es una forma liliputiense de hacer lo que el Dr. Escudero había hecho con su banderola gigante en la fachada del Da Vinci. No se habla de Maju: se la usa. Ganó Miss Perú Mundo 2004 con la sonrisa plástica más natural del mundo, y por entonces nadie dijo nada. Recién cuando la coronaron reina en China todos tuvieron algo que decir. El Dr. Morillas declaró a una revista de Lima que Maju era la mayor satisfacción de la cirugía plástica del Perú, y también colgó una banderola afuera de su clínica felicitándola por el título. «Hay gente mala», dice Maju, y la sentencia ya se ha vuelto menos obvia. Los correos electrónicos se abarrotaron en distribuir curiosas fotografías de la nueva Miss Mundo de los tiempos cuando había sido Miss Leonardo Da Vinci. Las diferencias eran obvias. Los programas de chismes de farándula también mostraron el antes y después de Maju. En foros de Internet empezó incluso a discutirse sobre si merecía la corona, o mejor era entregársela a la dominicana Claudia Cruz, quien había quedado segunda. Un dominicano escribió: «Maju lucía muy grande de cuerpo. A Claudia se le veía hermosa y además contestó en inglés». ¿Qué se puede decir con honestidad de una Miss Mundo?


Cuando iban a nombrar a la ganadora en China, Maju cerró los ojos. Luego recuerda que pidió a Dios que le diera fuerza. «Después, como todas las misses, me puse a llorar». La ciudad de Trujillo fue el epicentro de su nueva mitología. Maju era demasiado buena para inventarle cirugías que sí existieron. Parecía tan pura, que la ciudad entendió que tuvo que abandonar a su enamorado porque no podía ser bella y buena y enamorada a la vez. ¿Qué puedes hacer si tienes la mala suerte de ser novio de Miss Mundo? Giuliano Barraza. Así se llama el hombre abandonado. Se hizo famoso por esos cinco minutos en los que apareció en televisión, esperando a la nueva reina del mundo en el aeropuerto de Trujillo. Maju bajó del avión vestida con un traje celeste y llorando, siempre llorando de verdad. Miss Mundo fue recibida con una banda de música de la Policía y banderas del Perú y miles de gritones. Maju, Maju, Maju. Miss Mundo caminó por una alfombra roja hasta donde la esperaba una comitiva de familiares y autoridades de la ciudad. En esa comitiva, Giuliano Barraza, un ingeniero agrónomo, camisa naranja, pantalón blanco y barba crecida, aguaitaba con una notoria timidez.


Miss Mundo no puede besar en la boca. Cuando estuvieron uno frente al otro, se abrazaron durante cuatro segundos y luego se dieron un beso en la mejilla. No. Miss Mundo no puede besar en la boca. Miss Mundo no puede tener enamorado. Eso dijeron todos cuando Miss Mundo abandonó a Barraza. «Ya no quiero hablar más del tema. Ese mundo no me interesa», se defendería luego él, porque la prensa le inventó también su propia historia: el novio de Miss Mundo era feo, agresivo, malo, no la quería. Incluso su hermano José Barraza acabó creyendo que Maju merecía algo mejor. «Mujeres como ella ya no existen», dice el gran hermano, antes de contar el último rumor que escuchó sobre Miss Mundo. «Al parecer, hay un príncipe que se ha enamorado de ella, ¿no?», dijo por teléfono.


—¿Un príncipe? No, imagínate –responde ahora sorprendida Maju, y se ríe como nunca debería reírse una Miss Mundo, casi a carcajadas, como cuando uno se entera de un chisme cómico y ridículo.


Ernesto Paz se ríe con ella y todo vuelve a ser felicidad en la vida de Maju. Sus fotos del antes y después siguieron circulando por Internet, pero con una novedad: ahora se ven más naturales los retratos más recientes. Como si antes Maju hubiese sido un remedo de lo que es ahora, y no al revés. La que ganó Miss Mundo era la verdadera. «Ni nos habíamos dado cuenta del cambio», dijo con sinceridad su amiga Paola Chávez. Maju Mantilla siempre había sido así. Todos la habían visto siempre así. Pero ahora todos hablan (y escriben) de ella y es muy difícil distinguir la ficción de la realidad. A Maju siempre le decía que iba a salir en las portadas de las revistas de Ebel. Maju estuvo sentada en esa mesa hace como tres años, y le encanta la papa a la huancaína. Maju siempre fue el amor platónico de un amigo del colegio Claretiano: bueno, en realidad a mí también me gustaba. Maju ganó, y el productor de la franquicia de Miss World declaró al mundo: «Cuando Maju habla, no sólo crees en lo que dice. Crees en ella». Los mismos foros que antes habían dudado de la legitimidad de su cara, días después se arrodillaban ante la reina. «Déjame decirte que eres la mujer de mis sueños», se declaraba uno. «Tu acariciadora sonrisa vale un Perú», declamaba con patriotismo otro. «Desde pequeña demostraste ser digna representante de tus metas. Te saluda tu profesor Alberto Maqui». Le dedicaron canciones y le escribieron poemas. «¡Oh Dios! Ábreme las puertas / abre las puertas del cielo. / Que de Trujillo es la reina / que ha deslumbrado con su candor, / engalana nuestra patria / y a una sola voz se aclama: / ¡Que viva Maju Mantilla!». Incluso le escribieron una novela. Nayla: éste es el nombre ficticio de Maju en la novela inédita de Guillermo Cabanillas.


—La empecé a escribir para desahogarme –dice Cabanillas entre sorbos de Coca-Cola, en un restaurante de comida rápida de Lima.


Se enamoró de Maju, y ella le dijo que estaba enamorada de otro. Eso fue en el 2001, cuando ella no era más que Señorita Perpetuo Socorro. Un amor sin conveniencias. La novela no es otra cosa que la historia del fracaso de Cabanillas. «Nayla, Nayla, Nayla, era la única palabra que veía a mi memoria cuando quería poner en marcha algo». No todos han escrito más de cien páginas sobre la mujer más bella del mundo. Ahora se dedica a espiarla por Internet, a seguir su itinerario día a día, a estar atento a qué sucede en su casa de reina en Inglaterra, donde vive junto a la dueña de la franquicia de Miss World, en alguna cena benéfica de Houston, en la Muralla China, antes de visitar niños con sida, en Indonesia al lado de Jackie Chan, que suda, y ella no. Adonde va la reina, va Guillermo Cabanillas, vía Internet.


—Nunca pensé que estaría enamorado de una Miss Mundo –se lamenta platónico y sonriente.


Luego se pregunta cómo reaccionará Miss Mundo cuando sepa que es protagonista de una novela. Entonces ella se ríe como no debe hacerlo una Miss Mundo. «¿Una novela?, por Dios». Aún no se acostumbra del todo a que su vida sea una ficción.


***


Trujillo, febrero, 2006. Miss Mundo ya no usa maquillaje. El público perdona el atrevimiento de Miss Mundo –vestida con un traje corto de orquídeas de colores– porque en realidad ya no es Miss Mundo. Hace sólo dos meses le cedió la corona a Unnur Birna Vilhjalmsdottir, una abogada islandesa de veintiún años que además es agente de policía, y que en su primer día de reinado entendió la verdadera función de su cara: «Ninguna ex Miss Islandia hizo trabajos de caridad y mi objetivo será cambiar eso». En Trujillo, la Ciudad de la Eterna Primavera, Miss Mundo siempre será ella. Y en el Centro de Modelaje y Belleza Integral, donde hoy ha llegado para contar sus anécdotas de reina de belleza, alguien ha colgado un afiche con su fotografía donde se lee claramente: «Miss World 2005», como si la policía islandesa no existiera. Unas cien niñas vestidas de rosado escuchan a Miss Mundo y sueñan a ser María Julia Mantilla. Ahora estudian para ser modelos. Miss Mundo 2004 también quiere ser modelo. Ya no tiene que pedir permiso de todo lo que hace a la organización. No quiere ser obediente. No más. No le gusta que la reconozcan tanto en la calle. No quiere oír nuevas versiones de su cirugía, ni recordar el nombre de los periodistas que escribieron lo que a ella no le gusta. No guarda rencores, eso dice. No volverá a participar en un certamen de belleza. No quiere ser diferente. Ha ingresado a una universidad para ser publicista, pero no va mucho a clases. Aún no quiere casarse. No posaría desnuda, jamás, «eso no». No haría publicidad de cerveza. No usa maquillaje. Miss Mundo 2004 quizá tenga la sensación de que ahora, por fin, hace lo que le da la gana. Pero nadie puede permanecer inmune a la belleza, menos ella. El pasado la condena: Miss Mundo 1987 es una australiana que aparece en series de televisión y hasta escribió dos libros sobre el uso de cosméticos. Miss Mundo 1990 es una estadounidense que trabaja en una revista de entretenimiento y hace labores de caridad a favor de los niños. Miss Mundo 1996 es griega y aparece en comerciales de TV y videoclips. Miss Mundo 1998 es de Israel, dice que es «la misma persona con mejores cualidades», y trabaja para los niños de su país. La corona es una camisa de fuerza: si tu vida es común y corriente, pero de pronto eres elegida Miss Mundo, estás condenada a ser inocente, angelical, reina de belleza para toda la vida.


https://cronicasperiodisticas.wordpress.com/2010/11/29/miss-mundo-ya-no-es-de-este-mundo/


 

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