‘Entre bestias y bellezas'

13/03/2021

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El autor Michael Stanfield explora la historia política y social colombiana a través de la belleza.


Luz Marina Zuluaga, elegida Miss Universo en 1958. Foto: Manuel H.


Por: Ana Cecilia Calle* 13 de marzo 2021 , 10:35 p. m.


Una muchacha rubia, con la cabeza rapada, camina por la pasarela de la piscina del hotel, mirando el agua. Para, sonríe. El jurado del desfile de vestido de baño la ve desviar el rumbo y lanzarse al agua en vez de seguir posando. María Victoria Uribe emerge de la piscina en una carcajada, y las demás reinas no saben si reír también. Apodada la ‘antirreina’ o la ‘reina moderna’, Uribe había sido invitada por el entonces alcalde de Bogotá Belisario Betancur a representar la ciudad, y trajo, en palabras de Michael Stanfield, el espíritu de 1968 al Concurso Nacional de Belleza. Vistió con ruana, habló libremente sobre el aborto y la eutanasia. Cuestionó las nociones de belleza femenina al redefinir a la mujer bella como aquella que “vive su vida, que no se preocupa solo por la belleza física y por estar bien vestida”. Uribe no ganó la corona, pero es recordada como una de las reinas más singulares de la historia del país.


Estas y otras historias brillan en las páginas de Entre bestias y bellezas: raza, género e identidad en Colombia, escrito por el historiador Michael Stanfield y recientemente publicado por la Editorial Pontificia Universidad Javeriana. La juiciosa traducción de Mateo Cardona les entrega a los lectores colombianos un libro que explora la historia política y social del país a través de un lente novedoso: las cambiantes ideas sobre la belleza femenina. Su argumento central es que las maneras en las que los colombianos hemos definido y comercializado la belleza de las mujeres hablan de nuestras nociones de desarrollo, de las ansiedades de las élites políticas y económicas y de nuestras tensiones con la sociedad de castas raciales que heredamos de la época colonial.


La historia de María Victoria Uribe en el reinado demuestra el funcionamiento del hilo conductor del libro más allá del evento: al saltar en el agua o mostrar su corte de cabello moderno, María Victoria cuestionó el estatismo y la artificialidad de la imagen de feminidad sobre la que se le calificaba. Poco más de veinte años después, los lectores de la revista Cromos que hubiesen leído los reportajes con sus declaraciones podrían reconocer el nombre de María Victoria Uribe como la autora de investigaciones fundamentales para comprender el conflicto armado colombiano, como Matar, rematar y contramatar: las masacres de La Violencia en el Tolima (1990) y Antropología de la inhumanidad (2004). Es la belleza que se dedica al estudio de la bestia.


Presentar la historia colombiana a través de este lente de la belleza comercial hace que Stanfield pueda crear paralelos entre las urgencias del país por encontrar estabilidad política y militar y el deseo de presentar, escoger y premiar las mujeres más bellas de la élite que, aunque no podían gobernar, reflejan en el paso de las coronas por sus cabezas las tensiones del orden político. El primer ejemplo que ofrece el autor es el del presidente conservador Rafael Reyes, que gobernó de 1904 a 1909. A Reyes le complacía tener papeles protagónicos en eventos públicos desde el inicio de su presidencia. El gobierno de la época auspiciaba la organización del Concurso Hípico y de los Juegos Florales en los que participaba con su familia, y donde las hijas de Reyes fueron coronadas Reinas de la Fiesta. En la coronación de 1909, sin embargo, la elegida no fue Nina Reyes, sino la joven Cecilia Holguín, hija de Jorge Holguín, el político conservador que serviría de presidente interino tras la dimisión de la presidencia de Reyes. Aunque Holguín solo gobernó dos meses (repetiría como presidente suplente en 1921), la falta de popularidad de los Reyes en el reinado presagió el desenlace político de dicho presidente.


Los festivales y las reinas fueron una de las maneras de crear una imagen positiva de las regiones más golpeadas por la violencia bipartidista


La noción de la belleza que atraviesa el libro está mediada por la utilidad, independencia, autonomía de las mujeres, y también por los cambios en la industria, la publicidad, las telecomunicaciones y los medios de transporte. El poder de la ‘bestia’, explica Stanfield, se sustenta en la disparidad en el acceso a derechos y protecciones jurídicas, económicas y legales entre hombres y mujeres durante el siglo XIX y el XX. El autor nos recuerda no solamente que las mujeres tenemos derecho al voto desde hace menos de setenta años, sino que apenas en 1974 alcanzamos nuestra igualdad jurídica, y que antes teníamos el estatus de menores de edad.


A través de una intensa lectura de la revista Cromos, Stanfield presenta las tensiones entre la expectativa mercantil del cuerpo de las “mujeres como medida del género, la raza, la clase, la moral y el desarrollo ante los públicos nacionales” y la realidad violenta del país, recrudecida en los años cincuenta. Es en esta época en la que las reinas se convierten en significantes de belleza asociados con la modernidad. También son los años en los que los uniformados empiezan a caminar con la reina: esta es la primera gran alianza de la bestia y la belleza.


Un ejemplo de esta alianza es la relación entre el general Gustavo Rojas Pinilla y los reinados de belleza. En otra de las detalladas y memorables escenas que el autor incluye en el libro, nos recuerda que, en el reinado de 1953, Rojas Pinilla coronó personalmente a la nueva soberana nacional, Luz Marina Cruz, que representaba al Valle, y la acompañó “fuera del teatro Cartagena para llevarla a pie a una recepción al Club Cartagena”. En la coronación, la nueva reina fue simbólicamente convertida en parte de una familia real, pues “el cetro, la corona y la banda eran idénticos” a los que portaba Carola, la esposa del general. Y, como si no fuera suficiente, reina y presidente fueron coronados –en nombre de la nación colombiana– en una ceremonia que emulaba la de la reina Isabel II de Inglaterra.



Portada del libro, publicado por la editorial de la Pontificia Universidad Javeriana. Foto: Archivo particular


El libro también nos recuerda que los festivales y las reinas fueron una de las maneras de reactivar el turismo y crear una imagen positiva de las regiones más golpeadas por la violencia bipartidista. Con ello, y tras el triunfo de Luz Marina Zuluaga en Miss Universo y con la llegada del Frente Nacional, hay un ambiente que parece apostarle a la belleza de concurso como una forma de presentar un “antídoto contra la violencia”. Para 1962, recuenta Stanfield, el país corona más de cien reinas cada año.


Quizá la reflexión más interesante que aporta el autor a este periodo es el hecho de que los concursos de belleza espejeaban el juego político de élites del Frente Nacional: ambas le volvían la espalda a la ciudadanía de a pie, con lo cual recrudecían la brecha entre la realidad que parecían atender los medios y la política, auspiciada por la pigmentocracia local, y hacía difícil la vida de una gran parte del país.


La actitud de estas reinas tiene más en común con las reinas populares, quienes hacían las veces de voz pública de las necesidades de sus barrios o localidades


Este es otro de los aciertos del libro. Stanfield traza con justeza las formas en las que el racismo sustentó buena parte de las elecciones de soberanas en los concursos, como efecto de la unión entre belleza y poder. También presenta una línea de reinas afro del Chocó que participaron en los concursos nacionales y cuestionaron con su presencia el hecho de que una mujer negra no pudiera representar a la mayoría de los colombianos. Por ejemplo, Nazly Lozano, señorita Chocó en 1957, apoyó la creación de un concurso de belleza afro en 1976, llamado Miss Black International, que se celebró en Buenaventura. La señorita Chocó de 1978, Lucina Herrera Mosquera, denunció el mal estado de la infraestructura pública, con carreteras que no habían sido mejoradas en doscientos años. La actitud de estas reinas tiene más en común con las reinas populares, quienes hacían las veces de voz pública de las necesidades de sus barrios o localidades, que de las reinas de élite que habían vivido buena parte de sus vidas fuera del país.


A medida que el panorama colombiano se ve afectado por el narcotráfico, que Stanfield entiende como una iteración de “la bestia”, los hilos del poder, el dinero y la belleza comercial se enredan una vez más. En esta época también despunta la popularidad de las mujeres colombianas como bellezas latinas después de la seguidilla de virreinas internacionales en Miss Universo entre 1992 y 1994. ¿Qué queda de toda esta historia?


El libro de Stanfield se puede leer al tiempo como una historia de Colombia –sucinta, general– y también como una cronología de las formas en las que la belleza comercial ha mutado y ha negociado con y para el poder y las élites. Al tiempo, la frescura con la que está escrito y las historias sobre mujeres que algunos de nosotros desconocemos o hemos olvidado nos abren puertas a vidas que marcaron cambios en la construcción de la autonomía de las mujeres, y también nos obliga a hacer preguntas que naturalmente se salen del libro. ¿Cómo se ha organizado la belleza no hegemónica en el país? ¿Cómo y dónde podemos contar más historias de estas reinas afro, por ejemplo? ¿Cómo tejer mejor la historia de la mujer en Colombia con fuentes adicionales a los medios de comunicación de las élites –como Cromos, por ejemplo–? Algunas de las mujeres que destellan en estas páginas, como la propia María Victoria Uribe, lideran el camino.


https://www.eltiempo.com/lecturas-dominicales/entre-bestias-y-bellezas-la-historia-de-colombia-a-traves-de-la-belleza-573220


 

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