Miss Puerto Rico By Default

jueves, 1 de marzo de 2018

Por Manuel G. Avilés Santiago

Son muchas las personas que despachan el tema de los certámenes de belleza en Puerto Rico por la puerta ancha de la trivialidad e inconsecuencia. No obstante, los concursos siguen ofreciendo claves que nos permiten acercarnos a nuestra idiosincrasia cultural y nos invitan a problematizar nuestra identidad nacional. Tomemos como ejemplo la reciente transición de poderes de franquicia y las nuevas reglas de participación del Miss Universe Puerto Rico.

Como es sabido, la lucha por quién obtiene la dirección del certamen resulta tan épica como cualquier capítulo de la afamada teleserie, Games of Thrones. De hecho, el pase de batón logra generar más interés mediático que la celebración del propio certamen. Y con nuevos jefes, vienen nuevas reglas de participación y por consiguiente, surgen nuevos debates.

Por ejemplo, según los nuevos requisitos, quién aspire a convertirse en la nueva Miss Puerto Rico deberá haber nacido en la isla o que al menos el padre o madre hayan nacido en Puerto Rico. A simple vista sonaría lógico. Después de todo, quien obtenga el título se convertirá en “la embajadora de los valores y sueños de los puertorriqueños”. Sin embargo, la segunda regla postula que “de no ser puertorriqueña tendrá que haber residido continuamente en Puerto Rico diez años antes de la celebración del certamen”. Ya de antemano, la organización establece un rígido parámetro de puertorriqueñidad. ¿Pero quién o qué define la puertorriqueñidad y la no-puertorriqueñidad?

Bajo estos nuevos estatutos, una joven nacida en otro país, de padres extranjeros, pero que vive en Puerto Rico desde los seis meses de nacida podría competir más no sería considerada como puertorriqueña. Esto a pesar de haberse educado en la isla, ejercido su derecho al voto, pagado contribuciones y conocerse al dedillo La Borinqueña. Ante tales escenarios, sentirse puertorriqueña y amar a Puerto Rico no sería suficiente para ser considerada boricua.

Entonces, si una joven “no puertorriqueña” -según establece las reglas- compite, y resulta ganadora, ¿cómo le llamaríamos? ¿Miss Puerto Rico By Default? ¿Miss Más o Menos Puerto Rico?

En el certamen Miss Universo han sido varias las ganadoras que obtuvieron el cetro representando países en los cuales no nacieron. Por ejemplo, la Miss Universo 2005, Natalie Glebova nacida en Rusia de padres rusos, se mudó a Canadá a los 13 años, país que representó en el certamen internacional. Justine Pasek, Miss Universo 2002, nació en Ucrania de padre polaco y madre panameña, aunque vivió parte de su infancia en Polonia, se mudó a Panamá, país al que representó dándole su primera corona universal.

En un mundo globalizado marcado por circuitos migratorios sería normal pensar en identidades híbridas. En el caso de Puerto Rico, conocido mundialmente como Puente de las Américas, no es ilógico pensar que nuestra riqueza cultural se nutre de inmigrantes, por ejemplo, caribeños y latinoamericanos. Por otro lado, en la era Donald Trump, cuyas retóricas de supremacía blanca y antimigratorias circulan constantemente en los medios de comunicación, pensar en esencialismos identitarios debe resultar problemático y alarmante.

Miss Puerto Rico, como parte del patrimonio de nuestra cultura popular, debe emular la inclusividad que se da en otros escenarios identitarios como la música, que nos regaló las trovas de Tony Croatto, cantautor nacido en Italia que dedicó su carrera musical a cantarle a la isla. O como sucede en el deporte, que nos permitió celebrar nuestra presea de plata con el triunfo de Jaime Espinal, luchador olímpico nacido en República Dominicana. Si nos distanciamos un minuto del fervor patriótico y tomamos en cuenta la elasticidad de la identidad nacional, podríamos quizás considerar distintos escenarios, reconocer y celebrar otras formas de puertorriqueñidad.

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